Veinticinco ecosistemas terrestres naturales y cinco generados por seres humanos (antropogénicos), desde estepa altoandina pasando por dunas, ambientes urbanos, complejos industriales mineros, hasta plantaciones de pinos y bosques subantárticos, forman parte de una clasificación que permite la evaluación de estado de conservación de estas áreas. El trabajo fue publicado recientemente en el journal Biodiversity and Conservation y se realizó como aporte a los objetivos país, en el marco de la Convención de Diversidad Biológica de Naciones Unidas, firmada en 1992 por 193 países, incluido Chile. En el acuerdo cada una de las naciones se compromete a proteger el 17% de sus ecosistemas naturales terrestres para el año 2020.
En la investigación se evaluó la representación de los veinticinco ecosistemas naturales en el Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Estado (SNASPE) y en Áreas Protegidas Privadas (APP), identificando 15 de ellos con baja representación, menor al objetivo del 17%, en el SNASPE, en contraste con sólo el 11 cuando se incluyeron las APP.
“Los ecosistemas con menor protección corresponden a Bosque esclerófilo de hoja ancha y Matorral deciduo de sequía ubicados en Chile central y norte chico, lugares donde hay muy poca superficie áreas protegidas”, detalla Francisco Squeo, investigador Universidad de La Serena, Centro Científico CEAZA y Instituto de Ecología y Biodiversidad:
El trabajo presenta un amplio marco ecosistémico, que combina uso de suelo, rasgos funcionales de las especies de plantas dominantes y factores climáticos para la clasificación de ecosistemas terrestres chilenos. Este nuevo orden es consistente con la reciente propuesta de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) para evaluar el estado de conservación de ecosistemas.
“También proporcionamos una representación cartográfica de ecosistemas para uso en planificación territorial y una evaluación general de su estado de protección dentro de áreas protegidas… La clasificación propuesta puede ser ampliamente aplicable para evaluar el estatus de conservación de ecosistemas en cualquier otro lugar, utilizando similares herramientas conceptuales y metodológicas”, explica la Dra. Karina Martínez-Tillería, autora principal del trabajo, también parte de su tesis de Doctorado en Biología y Ecología Aplicada.
Ventajas de los criterios de clasificación de ecosistemas
Entre los aspectos positivos de esta forma de clasificación se cuenta la integración de información geográfica, de vegetación, combinada con criterios funcionales como tipo de cobertura de suelo, tipo de uso de suelo, saturación de agua del suelo, entre otros, actualmente disponible y ampliamente aplicables para muchos países.
Por otro lado, la definición de 30 ecosistemas se efectuó para facilitar su aplicación en la planificación eco-regional, la conservación, la evaluación de servicios ecosistémicos y el monitoreo de largo plazo. Otra ventaja de la clasificación de ecosistemas es la integración en futuras evaluaciones de cambios en el uso de suelo y cobertura de la vegetación.
Además, la integración de distintas escalas espaciales en la presente clasificación facilita la inclusión de ecosistemas que ocupan áreas pequeñas, asociadas con condiciones de suelo (edáficas) o de la superficie del terreno (topográficas) particulares.
Evaluaciones cada década
Los autores del estudio consideran que los 30 ecosistemas definidos para Chile continental pueden ser fácilmente integrados a la actual contabilidad nacional y regional de áreas naturales, junto con el uso antropogénico de suelo y la provisión de servicios ecosistémicos.
“Recomendamos que tales evaluaciones se repitan con al menos una frecuencia de diez años. Nuestro análisis revela que cerca del 50% de los ecosistemas naturales chilenos están representados en el SNASPE chileno, considerando la meta del 17% para cada ecosistema. Entonces, será necesario un gran esfuerzo nacional para lograr la meta definida por los acuerdos internacionales”, explica el Dr. Squeo.
A juicio de los investigadores para lograr los objetivos de forma integral se necesitan datos adicionales sobre pequeños componentes, funcionalmente relevantes de muchos ecosistemas terrestres, desde el desierto al bosque, tales como cubiertas criptogámicas (musgos, hepáticas, líquenes), lo cual tiene roles significantes como la fijación de nitrógeno atmosférico y asimilación de dióxido de carbono a ambas escalas regionales y globales.
“Nuestro conocimiento de tales componentes de ecosistemas bióticos es actualmente limitado, pero un enfoque ecosistémico sería útil para subrayar el rol funcional de estos grupos de organismos”.
Junto con el Dr. Squeo, efectuaron este trabajo los científicos Dra. Karina Martínez-Tillería (Universidad de La Serena, Instituto de Ecología y Biodiversidad), Dra. Mariela Núñez-Ávila (Instituto de Ecología y Biodiversidad), Dra. Carolina A. León (Universidad Bernardo O Higgins), Dr. Patricio Pliscoff (Pontificia Universidad Católica de Chile) y Juan J. Armesto (Instituto de Ecología y Biodiversidad, Pontificia Universidad Católica de Chile, Cary Institute of Ecosystem Studies).