Las Reservas Marinas Isla Chañaral e Isla Choros-Damas del Archipiélago de Humboldt son zonas clásicas de avistamiento de estas ballenas.
Un gran mamífero navega en nuestras aguas, pudiendo llegar a medir 27 metros de longitud, un poco más que una cancha de tenis. Su piel es mayormente gris y el lado derecho de su boca, por donde se inclina para comer krill, es de color blanco. Se trata de la ballena fin (Balaenoptera physalus), la segunda especie de ballena más grande que se ha descrito en el mundo, cuyo nado puede alcanzar los 30 km por hora.
La distribución de este animal se extiende entre los dos hemisferios y alcanza hasta la Antártica, sector al que se desplaza principalmente en verano. Su presencia a lo largo de Chile ocurre a pesar de su complejo pasado y amenazas. Durante décadas fue la principal especie capturada por la industria ballenera – activa hasta el año 1982- y hasta hoy sufre el choque con embarcaciones.
Recientemente, se habían identificado cuatro subespecies de este cetáceo, dos de ellas presentes en el Pacífico Sur. Sin embargo, una nueva investigación publicada en la Revista Frontiers in Marine Science (http://t.ly/gWh4), determina que todas las ballenas fin que habitan el hemisferio sur corresponderían a una sola subespecie: Balaenoptera physalus quoyi.
“Se habían descrito cuatro subespecies. En el hemisferio norte: Balaenoptera physalus physalus y B. p. velifera. Y en el hemisferio sur: B. p. quoyi y B. p. patachonica. A esta última le llamaban pigmea y se había propuesto como la subespecie que habitaría latitudes intermedias, sin llegar a la Antártica, y sería un poco más pequeña, oscura y de barbas negras. Sin embargo, nosotros proponemos que la ballena fin, pigmea no existiría. Todo esto, ya que en nuestros análisis genéticos y el estudio realizado, encontramos un panorama homogéneo en las ballenas fin del hemisferio sur, lo que nos hace considerarlas como una sola unidad poblacional”, señala la Dra. María José Pérez-Álvarez, autora principal de la publicación e investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad.
La también académica de la Universidad Mayor comenta que la anterior clasificación se había realizado sin antecedentes genéticos ni integrando información. “Por otro lado, pensamos que si la ballena fin pigmea existiera, la habríamos muestreado, ya que ésta se debiera encontrar en el territorio donde trabajamos, en las Reservas Marinas de la Región de Atacama y Coquimbo, donde las muestras fueron obtenidas en múltiples campañas de terreno a lo largo de varios años”, asegura la científica del centro de investigación Eutropia.
Conservación de la especie
El Dr. Carlos Olavarría, otro de los autores del estudio y director ejecutivo del Centro Científico CEAZA, enfatiza que el trabajo muestra claramente que existen tres unidades de la especie. Detalla que una se encontraría en el Pacifico Norte, otra en el Atlántico Norte y una última en todo el hemisferio sur, sin distinción de Océano.
“Así las medidas de conservación deberían ir dirigidas de manera diferencial para cada una de ellas. Por ejemplo, la población del Atlántico Norte ha estado sujeta a ballenería comercial hasta hace un par de años, por parte de países como Dinamarca e Islandia. Mientras que el impacto en poblaciones como la del hemisferio sur es menor, donde no hay caza comercial”, señala.
La Dra. Pérez-Álvarez afirma que en materia de conservación “la evidencia de nuestro trabajo representa una contribución a la clasificación taxonómica y conservación de la especie, que se encontraría en categoría vulnerable, producto de la intensa actividad ballenera a la que fue sometida en el pasado y a los choques con embarcaciones, principal amenaza actual que ha sido identificada tanto a nivel internacional como en nuestras costas”.
En este marco, el Dr. Olavarría detalla que la clasificación taxonómica de las especies es útil, ya que medidas de protección para la conservación usualmente van dirigidas a una unidad. “Por ejemplo, la población residente de delfines nariz de botella del Archipiélago de Humboldt está protegido y la medida de crear una Reserva Marina se basa en la protección de esa unidad particular”.
“Por otro lado, la información de la investigación también es un insumo para la Comisión Ballenera Internacional, donde anualmente se realizan evaluaciones poblacionales de grandes cetáceos. Pero además, esto es importante para el relato local y nacional sobre identidad poblacional, que también se aplica al turismo, tal como sucede en Caleta Chañaral de Aceituno y Punta Choros , donde la ballena fin es una de las especies estrella, de gran atractivo”, comenta la bióloga marina.
Al respecto, el Dr. Olavarría, que ha desarrollado gran parte de su trabajo en el sector del Archipiélago de Humboldt, comenta que el desarrollo del turismo basado en la observación de ballenas se basa no solo en apreciar estos ejemplares, sino que en otros valores agregados que tienen que ver con la experiencia en sí que el cliente obtiene.
“Este tipo de turismo se fundamenta además en la entrega de conocimiento técnico que se tiene de los territorios y de los organismos que allí confluyen. Desde hace ya varios años, junto a investigadores de diversas instituciones chilenas hemos estado obteniendo distintas capas de información que finalmente, terminan siendo transferidas a las personas/turistas”, asegura el investigador.
Explica que en el caso de las ballenas se ha ido generando información sobre la biodiversidad del sector, las razones por las que llegan estos animales al sector, qué hacen en este lugar, de qué se alimentan, cómo se mueven por el sector, se comunican y bucean, entre otros.
El científico precisa que la información generada es compartida con los habitantes del Archipiélago de Humboldt. Particularmente, en Punta de Choros y Chañaral de Aceituno, a través del Programa de Ciencia y Turismo del CEAZA, que realiza la transferencia del conocimiento tanto a los operadores turísticos como a la comunidad en general.
Amenazas para la especie
En zonas de tránsito, alimentación y/o reproducción de cetáceos presentes en nuestras costas, se ha registrado mortalidad de ballenas producto del impacto con embarcaciones, transformándose en una amenaza real, actual e importante para la especie.
“A nivel local en los últimos meses la ballena fin ha sido objeto de mortalidades por colisiones con embarcaciones, principalmente en la región de Antofagasta. Esta es quizás la más evidente amenaza en nuestro país para esta especie. Luego uno podría argumentar otras amenazas, como por ejemplo el incremento del ruido marino asociado con embarcaciones, tanto menores como mayores. Y el cambio climático que está afectando a distintos niveles en los océanos, lo que aún está por evaluarse es específicamente cómo les afectará”, asevera el Dr. Olavarría
Adicionalmente, los derrames de petróleo afectan no tan solo a esta especie, sino que a otros cetáceos y organismos marinos con problemas de conservación. “Considerando este escenario, esperamos que estos accidentes dejen de ocurrir, pues las autoridades pertinentes: SERNAPESCA, Armada de Chile y SUBPESCA, han manifestado su preocupación diseñando una estrategia participativa para el levantamiento de información y adecuación de protocolos de tránsito de embarcaciones”, manifiesta la Dra. Pérez-Álvarez.
La investigación también tuvo aportes de un equipo internacional de científicas y científicos de cuatro instituciones de México y Estados Unidos, quienes se focalizaron en el estudio de las ballenas del hemisferio norte. También, realizaron sus contribuciones con información del hemisferio sur investigadoras e investigadores del Instituto de Ecología y Biodiversidad, la Universidad Católica del Norte, Centro de Investigación y Gestión de Recursos Naturales (CIGREN) de la Universidad de Valparaíso, Universidad de Chile, Centro de Investigación Eutropia.